Soy drogadicto”, sostenía un conocido. Un silencio abrumador se apoderó instantáneamente de la situación. En mi pensamiento, el de un joven inexperto, buscaba impacientemente una manera de refutar esa afirmación, o al menos, responderla. Aquel afilado silencio acabó quebrándose. Con imperante disposición y limitado horizonte, casi de manera automática, continuó sus declaraciones con un: “No lo intentes. No puedo cambiar, yo soy así”.

Un mensaje que impregnó carácter y marcó huella en mi manera de pensar, entender y actuar en el mundo, fue el siguiente: “Cuán importante es la mirada que uno adopta y dirige hacia el prójimo en su desarrollo vital y crecimiento individual”. Durante una clase magistral, tuve el honor y privilegio de oír estas palabras por primera vez. En un momento inicial, no logré comprender del todo el significado de las mismas, y, desde la ignorancia e inocencia de un niño, pregunté: “¿Qué quiere decir exactamente?”. El profesor sonrió y, tras una efímera pausa, comenzó a hilar una explicación que cambiaría la forma de percibir y reaccionar de todos los allí presentes.

“Ver” y “mirar”

Se han de distinguir dos conceptos -comenzaba- que, pese a compartir similitudes circunscritas a lo aparente, son radicalmente diferentes. “Ver” y “mirar”. Uno -explicaba- puede ceñirse a ver un paisaje. Observará un conjunto, que simplemente categorizará como “paisaje”. Sin embargo, no apreciará los diferentes tonos verdosos que componen el conjunto, ni se detendrá a entender de dónde proceden los piares que oye pero que, por el contrario, no escucha. No se esforzará en sentir el frescor del aire puro en su rostro, ni en valorar las flores que nacen de las más profundas raíces. Cuando uno mira, trasciende, integra y conoce de la manera más pulcra y limpia lo real. Entiende que el paisaje no es un simple paisaje, sino una realidad llena de belleza y equilibrio.

Cuando uno mira, trasciende, integra y conoce de la manera más pulcra y limpia lo real. Entiende que el paisaje no es un simple paisaje, sino una realidad llena de belleza y equilibrio.

Clase magistral de Psicología relacionada con el pensamiento

Una visión psicológica

Lo mismo ocurre con las personas, proseguía el maestro. Uno puede limitarse a contemplar al otro de manera superficial. O bien, puede adquirir la capacidad de mirarlo con profundidad, conocerlo y, por ende, entenderlo. Desde la psicología, ciencia ligada a múltiples disciplinas, se puntualiza y estudia que la conducta (manera de proceder o acción observable ejecutada por el individuo), se corresponde con uno de los niveles y elementos más aparentes en el hombre. Cuando uno se limita a ver al hombre, lleva a cabo un análisis de su más profunda y total realidad en base a la simple naturaleza de su conducta; no lo conoce, únicamente interioriza aspectos insustanciales que, en ocasiones, emplea para emitir un juicio que define enteramente a la persona. Un juicio que asume y determina de forma automática la forma de ser de la misma. Mediante elementos puramente superficiales y observables (conductas o acciones), la encasilla y confina a una manera de ser naturalmente inmutable. Reduce la totalidad de la condición humana a un hecho palpable.

Cuando uno, por otro lado, se esfuerza por mirar a la persona, entiende que esta no es su conducta, sino que su verdadero ser va más allá de esa tangibilidad. Evidentemente, este aspecto superficial, al que llamamos conducta o acto, habla de la persona. No la determina o ahoga su libertad, sino que la condiciona y habla parcialmente (no totalmente) de la misma.

¿Quién te ha dicho que eres un drogadicto?”, pregunté. No respondió. Se limitó a postrar una mirada perdida sobre un punto fijo pero inexistente. No logró articular una palabra. El silencio volvió a inundar la carente conversación hasta que, de manera repentina y en un intento de explicarse, expresó: “No importa quién me lo haya dicho, el hecho es que lo soy y siempre lo seré”.

Una visión antropológica

Es importante a su vez remarcar el impacto que esa mirada o falta de ella adquiere en la realidad vital del que la experimenta. Cuando la persona no es mirada, simplemente vista, corre el riesgo de ser juzgada. Desde una explicación y punto de vista antropológico, se afirma que cuando uno ciñe su mirada a un nivel puramente superficial donde tan solo se tiene en cuenta únicamente lo aparente, se reduce la sustancialidad y esencialidad del hombre (dignidad, ser), a un evento totalmente accidental (conducta), por mera falta de conocimiento, y excesiva confianza en la propia intuición. Aquel que no es mirado, simplemente observado, se autolimita, no vuela, ni encuentra factible la posibilidad de cambio. Se ha llevado a cabo un juicio que reduce de manera extrema al hombre, cohibiéndolo y negando su libertad. Para estas personas la vida se encuentra intrínsecamente sesgada y condenada. En cambio, el que es mirado de forma íntegra, genera una respuesta completamente diferente. La persona que es mirada, entendida y comprendida en su totalidad, sin ser lo conductual aquello que lo determina (al ser esto un simple elemento accidental dentro de la realidad que lo integra), adquiere un pensamiento en el que el cambio es una posibilidad.

Aquel que no es mirado, simplemente observado, se autolimita, no vuela, ni encuentra factible la posibilidad de cambio.

Psicología y Antropología

Una visión ética

Me dijeron que era un drogadicto. Desde entonces, no puedo dejar de consumir. Si lo hiciese, ¿quién sería? Probablemente nadie”.

Sobre bases de carácter más ético, y para seguir entendiendo las palabras del querido y sabio profesor, es vital comprender sobre qué materia es ético versar un juicio. Si uno se para a pensar, es lógico juzgar a una persona por aquello que realiza. Al fin y al cabo, es una de las pocas fuentes que proporciona información a la hora de forjar un conocimiento. Sin embargo, como ya se ha comentado, simplificar la esencialidad del hombre a la naturaleza de una conducta, es un error. Se procede a diferenciar de esta manera dos elementos fundamentales para el análisis: la persona y la conducta desempeñada. La finalidad no es dar a entender que ambas realidades son independientes e inconexas. Para comprender esta diferencia se procederá a exponer un caso. Un hombre que vive para servir al prójimo experimenta un desliz en su camino. ¿Es por ello, automáticamente, una mala persona que no podrá redimirse y optar al cambio?, ¿o es alguien, con nombre y apellidos, que ha cometido un acto éticamente incorrecto en un momento puntual y específico de su trayecto vital? La primera es una pregunta planteada desde el desconocimiento y la ignorancia, una cuestión por la que se confunde la naturaleza del acto llevado a cabo con la totalidad de la persona, juzgándola desde un prisma reduccionista y limitado. La segunda es una cuestión trabajada, basada en un entendimiento antropológico: el hombre es más que su conducta.

Lo mismo ocurre a la hora de tratar por ejemplo la enfermedad, añadió aquel misterioso profesor. Al igual que es extravagante admitir que una persona que enferma por cáncer es el propio cáncer, no se ha de sostener que la que sufre por dolencias mentales, es la mismísima enfermedad. El hombre, de la misma manera que no es su conducta, tampoco es su enfermedad. Conducta y enfermedad se encuentran en un plano metafísica y antropológicamente accidentales, no sustanciales.

Con estas palabras, el maestro concluyó la lección. Rápidamente, me acerqué con cautela al mismo. Su novedoso mensaje había abierto la puerta a nuevas inquietudes en mí. Había algo que me preocupaba en exceso. Aquel “Soy drogadicto y por ello no puedo dejar de consumir”, proveniente de un conocido mío, ocupaba la mayor parte de mi pensamiento. Aquel compañero que se oponía a cambiar, se dirigía y encaminaba progresivamente al fin de lo que consideraba él un fatídico destino. Expuse la situación al profesional, desde el más cuidadoso anonimato.

Lo que necesita tu compañero -manifestó-, no es solo un soplo de aire fresco. Lo que necesita tu compañero es una mirada que no juzgue su persona por lo que muestra, sino una mirada que entienda su dolor, su frustración, su aún existente aunque casi invisible esperanza, su humanidad. Necesita a alguien que no clasifique ni catalogue su ser en una faceta accidental. Dicho de otro modo, necesita una mirada de amor. Una mirada que no juzga, sino que conoce y ayuda. Un cambio en el propio lenguaje. Una transición de ese “soy drogadicto” a “soy una persona que sufre una adicción”. Una metamorfosis por la que se pase de concebir la vida como puro destino, determinación y esclavitud, a entenderla como oportunidad de cambio, crecimiento y libertad.

2 respuestas a “La mirada que posibilita el cambio propio y ajeno: conocimiento, amor y libertad. Un análisis filosófico y psicológico.”

  1. Impresionante el artículo, me ha conmovido y me ha hecho pensar cuanto daño hacemos al juzgar a los demás

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  2. Un texto de gran profundidad. La psicología tiene futuro!

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