Dicho artículo tiene el objetivo de esclarecer conceptualizaciones del día a día que suelen quedar opacadas por la cotidianeidad de las mismas. Apego y mentalización son, más allá de conceptos profundamente estudiados e investigados a lo largo del S.XX dentro del campo de la Psicología, constructos que aportan luz a cuestiones antropológicas vitales y transcendentales.

El ser humano emana de la concepción, de la relación e intimidad misma entre hombre y mujer. Permanece meses en contacto directo con aquella a la que a posteriori llamará “mamá”. Formará su ínfima y prematura constitución en el cobijo de la misma. Nacerá. Gritará, e inmediatamente experimentará la cálida caricia de su madre. Experimentará el tacto, sentido que conecta enormemente con la afectividad humana. De manera irremediable, crecerá, jugará y aprenderá. Y de forma imprescindible, sufrirá, pues la existencia, dentro de su innata belleza, es en ocasiones paradójica. La vivencia basada en amor, es pues la clave y motor esencial.

Empero, éste no es siempre el caso. De entre la multitud de potenciales posibilidades, puede acontecer aquella en la que el hombre carezca de recursos u oportunidades. Ausencia paternal, cuidado negligente, incertidumbre u otras muchas circunstancias pueden englobar la realidad de un individuo.

Lo que se torna evidente es el hecho de que el mismísimo tiempo traducirá y transformará el momento presente en eterno recuerdo. Una memoria que quedará o bien grabada de manera persistente en lo consciente, o bien viajará por sus anchas al desván de lo inconsciente.

Mas el abrazo de un padre, la mirada de una madre, el vínculo establecido con los mismos, o el lenguaje con el que se crece no son simples recuerdos. Son vivencias de amor que, implícitas en el ámbito y campo de lo psicológico, cimentan un “apego”, elemento inconmensurablemente relevante en el desarrollo del individuo. Estas vivencias no se coartan únicamente a configurar la visión acerca del mundo, sino que construyen paulatina y gradualmente el sentido del yo y sus capacidades tanto físicas como conductuales, emocionales, relacionales, y cognitivas. La mentalización, constructo teorizado y estudiado por el psicólogo húngaro Peter Fonagy, se corresponde con una de las numerosas y heterogéneas habilidades que el ser humano puede potencialmente desarrollar, según el tipo de apego que haya establecido.

En su naturaleza racional, el hombre atesora el anhelo de conocer y comprender lo real. Aspira a la verdad, al bien y a la belleza, pues es un ente naturalmente capaz de trascender. Se encuentra, de manera esencial, en la constante búsqueda de estos tres pilares, orienta su conciencia a la tarea misma.

En su naturaleza racional, el hombre atesora el anhelo de conocer y comprender lo real. Aspira a la verdad, al bien y a la belleza, pues es un ente naturalmente capaz de trascender. Se encuentra, de manera esencial, en la constante búsqueda de estos tres pilares, orienta su conciencia a la tarea misma.

No es conformista, y traza un camino dirigido a un fin, un sentido. Para aterrizar y darle un valor “aplicado” a las anteriores afirmaciones, es vital focalizarse en casos concretos y puntuales. De modo alegórico, tanto el director, como el guionista, como equipo audiovisual de la película estadounidense El Show de Truman, pretenden transmitir este estatuto. A lo largo de la trama, se refleja de manera sutil y precisa cómo la persona, de forma innata y esencial, tiende pese a la dificultad o al impedimento a buscar de manera interesada e intencional la comprensión radical de la realidad. Truman comprende finalmente que vive y ha vivido una total falacia, y presenta la necesidad final de escapar de la misma. El personaje cinematográfico aspira a conocer el mundo del que ha sido privado y, por ende, a descubrir su verdadero ser en contacto con la verdad. No soporta la tiniebla vital en la que ha sido sumergido.

Y es que, en variadas ocasiones, el hombre vive sumido en una estafa existencial que le impide llegar al conocimiento de lo real. Una mentira elaborada, no tanto por el mundo que le envuelve (como se observa en la pieza audiovisual), sino por la propia subjetividad. Con esto, se pretende puntualizar la influencia directa que la propia experiencia e historia vital ejerce en la percepción del entorno objetivo y de la estructura del yo. De este modo, se entiende que la realidad, puede conceptualizarse de manera sesgada. Cuántas veces se cree uno que no es suficiente o digno de amor, únicamente por lo vivido en la propia narrativa vital. Cuántas veces cae uno en el malentendido o la malinterpretación de lo acontecido, por recurrir de manera aislada al propio esquema mental y no ser capaz de interiorizar la esencia de aquello que reside de manera pura y virgen en el mundo.

Su cuerpo pesa. Su alma llora. No comprende la naturaleza de aquello que aniquila su alma. Es incapaz de verbalizarlo, o nombrarlo siquiera. Solo permanece apático, desilusionado y cansado. Tampoco es capaz de entender el motivo de su estado. Pero decide no darle más importancia. Se suprime. Intenta sonreír. Pero en lo más profundo de su ser, los engranajes no funcionan o encajan de manera adecuada.

Sale de fiesta. El placer es efímero pero intenso. Se ha distraído. Se acerca a lo irrelevante para distanciarse de lo relevante. Evita a toda costa un cara a cara con el riesgo que conlleva entender aquello que francamente siente, no sólo en sus carnes, sino también en lo más hondo, profundo y abismal de su viveza. El pulso aumenta, la respiración se entrecorta. Sabe por protocolo, como si en un manual estuviese grabado, el siguiente paso a dar. Refrena su estado y corta como flor ya marchita su pensamiento. Y es que, ese enfrentamiento, es efectivamente riesgoso para el joven. Mas ¿que esconde esa huida?, ¿por qué le resulta tan adverso enfrentarse a lo que verdaderamente acontece en lo más profundo de su ser?

Nace. Pasan los meses. El crío llora de manera constante y desconsolada. Nadie se hace presente o está para al menos ofrecer una mirada de serenidad por la que el recién nacido se autorregule y estabilice. Se encuentra solo en la cuna de su habitación, fría y oscura, no por las bajas temperaturas o la escasa entrada de luz al recinto, sino por la nula afectividad que se inhala en el ambiente. El lloro persiste. Nadie atiende a la demanda. La soledad acompaña. La tristeza acaba reprimiéndose, y convirtiéndose en una completa desconocida.

Cae, siendo aún un infante, de su bicicleta. El impacto y la fricción contra el abrasador asfalto característico de julio lo deja en primera instancia desprovisto. No es capaz de moverse. La angustia inunda su mente. Llora, pide ayuda. “No llores”, replica uno de sus padres. De manera paulatina, la tensión aumenta. Ese “¡que no llores!”, hostil y tajante, asfixia la mente del pupilo. El ruido cesa. Todo cesa. El pequeño deja de llorar, pese a ahogarse de forma silenciosa en un caldo de dolor que no sabe aliviar. Se había roto una pierna.

Ahora, no solloza. Tampoco siente o, al menos, no se lo permite. Esta consecuencia, o efecto, nace de un pozo o hueco en la propia narrativa y biografía. Nunca nadie le ha brindado condiciones ideales que potenciasen un aprendizaje dirigido a la gestión de aquello que acontecía en lo más profundo de su ser. Enfrentarse al propio pensamiento supone así, para el caso concreto, un enorme riesgo.

Gestiona el conflicto evitando todo tipo de aproximación al mismo, pues de niño jamás observa un modelo o ejemplo de conducta que se gestionará o enseñará una gestión emocional sana y saludable.

Experimenta, al igual que sus progenitores, desmedida incomodidad ante el estado emocional “negativo”, y la expresión del mismo. Esquiva a toda costa el enfrentamiento con ese dolor radical y arraigado. Nadie le ha enseñado a reconocer su estado mental. No sabe mentalizar.

Como punto relevante cabe resaltar que, ciñéndose uno a criterios teóricos, la incapacidad que alberga el muchacho a la hora de centrar su foco en el propio esqueleto afectivo y cognitivo no se materializará exclusivamente en la incomprensión del propio esquema mental, sino que se extrapolará a su entorno, al entendimiento del estado mental de aquel que hace contacto visual, dialoga y convive con él.

Apego

Apego y mentalización son constructos y conceptos a nivel cognitivo, relacional, emocional y conductual, que caminan a la par, acompañados de la mano. Por ende, los postulados teórico-prácticos se encuentran enormemente interrelacionados.

John Bowlby, psicólogo de orígenes y raíces psicoanalíticas, centra sus investigaciones en el estudio de la relevancia que los primeros años de existencia y los vínculos cimentados durante los mismos adoptan a lo largo del recorrido vital del individuo. Es pues pionero y padre por antonomasia de la reconocida “Teoría del apego”. Por definición, el individuo establece de manera prematura un sistema vincular que aprende y aplica a situaciones futuras. La tipología de apego, y la naturaleza del mismo, vendrá definida por el vínculo consolidado con la figura de apego. Este cuidador primario se corresponde generalmente con la madre, primer ser humano con el que el niño conecta de manera bio-psico-social.

El sistema de apego se moldeará de una u otra forma, según la naturaleza y forma del vínculo consolidado por el pequeño con su cuidador durante los primeros años de vida. La diferencia entre las variadas estructuras de apego radica en la seguridad o inseguridad que el lazo genera en el crío. Erikson, psicólogo que ahonda de manera exhaustiva en el desarrollo, teoriza que, por etapa vital, existen retos a superar que posibilitan una trayectoria madurativa de carácter normativa. Puntualiza la significación de establecer una base sólida y segura durante el periodo correspondido con la infancia. El grado de seguridad que el vínculo reporte en el individuo condicionará la confianza que depositará más adelante en el entorno que lo arrebuja, y en su propio ser. Afianzando un soporte y base segura, uno será capaz de superar el consiguiente estadio evolutivo. Dependiendo de las experiencias relacionales o vinculares arraigadas durante los primeros años de vida, se asentará o bien un apego seguro, o bien inseguro.

La experiencia que apuntala la base segura se traduce a grandes rasgos en el cariño, cuidado y presencia de la figura de apego. La sutil y delicada caricia de una madre, el primer “piel con piel” que conecta, no solo física, sino psíquicamente a progenitora e hijo, el lenguaje, palabras y vocabulario que crían y construyen la mentalidad de un individuo, la cálida presencia del cuidador… son acontecimientos que cimentan una estructura y apego seguro. Sin embargo, la vivencia del infante no siempre es como se ha reflejado. Negligencia, indiferencia, sobreprotección o ausencia son factores que contribuyen a la construcción de un apego no seguro o inestable. El vínculo consolidado no genera confianza en el pupilo. Esta estructura o “esqueleto” interfiere a largo plazo, en dimensiones tanto emocionales, como cognitivas, como sociales. La base insegura puede materializarse en patrones o bien evitativos (apego evitativo), o bien ansiosos (apego ansioso/ambivalente) o bien desorganizados (apego desorganizado), a la hora de interactuar con lo real. Aquel que ha construido un sistema vincular inseguro-evitativo enfrentará el conflicto esquivándolo, alejándose y distanciándose. De niño, la figura de apego, ha invalidado su respuesta emocional, apartándose o reduciendo la misma, evitándola a toda costa. Atesora un colosal miedo al rechazo. Aquel cuya estructura se guía por un patrón inseguro ambivalente o ansioso tendrá la necesidad de garantizar que el conflicto se solvente de forma inmediata. Custodia un extremo temor al abandono. La negligencia infantil, suele desembocar como río en mar u océano, en una formación vincular de tipo desorganizado. La inseguridad, y escasa confianza depositada en el mundo extramental, es feroz. Abuso sexual, maltrato físico, psicológico, y otros, constituyen la experiencia traumática que edifica el esqueleto relacional, conductual y emocional del individuo.

En suma, la base vincular primera arraiga aprendizajes relacionales, esquemas mentales y patrones de gestión emocional que, a posteriori, se aplicarán. La niñez es por ello un periodo extremadamente rico e importante. La naturaleza del apego cimentado determinará a grandes rasgos la manera en que la persona confía, percibe, conoce, procesa y entiende el mundo, además de su propio ser.

La mentalización, o capacidad para comprender la raíz del propio y ajeno estado mental, se interrelaciona enormemente con el apego asentado. El infante interioriza y alimenta la habilidad interactuando con su figura de apego, usualmente un cuidador que fomente una base segura y genere confianza.

El hombre, siendo un ser esencial y naturalmente libre, se encuentra condicionado, pero jamás determinado.

Se hace vital puntualizar que el hombre, siendo un ser esencial y naturalmente libre, se encuentra condicionado, pero jamás determinado. El apego es una base que adquiere ancha significación en el desarrollo. Mas, se hace hincapié en que el mismo condiciona, pero jamás determina. Se pueden trabajar los patrones conductuales arraigados. De hecho, el espacio terapéutico es uno de los lugares y momentos en los que la estructura vincular, puede ser mirada, acogida y trabajada.

El espacio terapéutico es uno de los lugares y momentos en los que la estructura vincular, puede ser mirada, acogida y trabajada.

Mentalización

Peter Fonagy, psicólogo húngaro y autor troncal en la investigación y estudio del fenómeno, introduce en el campo, la psicoterapia basada en mentalización. Manifiesta que gran parte de la psicopatología nace de una carencia madurativa, concretada en la incapacidad a la hora de ofrecer una explicación profunda y radical a lo conductual y aparente. Mentalizar consiste amplia y llanamente en comprender de manera nuclear los estados mentales propios y ajenos. Resulta crucial puntualizar que Fonagy, despega dicha investigación desde el intento de explicar la patología borderline, comúnmente reconocida como Trastorno Límite de la Personalidad. 

Con el fin de contextualizar, resulta crucial trascender y detallar la función que ejercen dos personajes. El entendimiento como protagonista, y la activación emocional. Ante lo real, es lícito y normativo reaccionar, y, de hecho, es sano experimentar y acoger dicha emoción. No obstante, la excesiva y prolongada activación, reduce de manera notoria el dinamismo del entendimiento. Existe amplio consenso en que es arduo funcionar bajo un desorbitado estrés, tristeza o ira. La razón queda en un segundo plano. La emoción cronificada nubla la comprensión o capacidad de mentalización. Por lo comentado, aquel que se sabe gestionar emocionalmente poseerá una capacidad de mentalización y entendimiento más desarrollada. La activación emocional existirá, pero a menor nivel, sin tener el poder de nublar el entendimiento de aquello que acontece en el propio y ajeno estado mental. En vez de personalizar, se mentalizará o reconocerán esquemas mentales. Se infiere así que mentalización y gestión emocional son constructos que caminan paralelamente, agarrados de la mano.

Estas aptitudes se entrenan y consolidan a lo largo del estadio vital correspondido con la infancia. Por ello, el apego o estructura vincular primera se torna relevante a la hora de adquirir dichas capacidades. La gestión emocional y mentalización se interiorizan a través del vínculo y por ello es la figura de apego la que arraiga este aprendizaje. El cuidador que mentaliza y enseña esta habilidad opera y ejecuta con el siguiente proceso.

El niño llora, patalea y grita. El cuidador tiene la opción de reaccionar, activando de forma excesiva su propio sistema emocional y actuar conforme a su desbordado estado, en vez de abrazar el verdadero significado de la conducta ajena. Asimismo, puede conectar de lleno con el estado mental impropio, acogerlo y elaborar una adecuada y coherente representación del mismo. Sin embargo, no basta con comprender. Es sustancial a su vez devolver al crío la elaboración de dicho estado mental.

Todo ello, con el fin de aleccionar e instruir al pupilo, en habilidades de regulación y gestión emocional que faciliten el entendimiento real de la situación (mentalización). Este tipo de aprendizaje es propio de una figura de apego que genera confianza, que causa un apego seguro.

El aprendizaje cimentado se aplicará a futuro en situaciones que lo demanden. No solo ejercerá la función de comprender el fundamento, estado mental o raíz que disfraza una conducta ajena. También será capaz de indagar en el propio estado o mapa mental.

Postulado biológico y orgánico

A nivel biológico, pueden rescatarse componentes interesantes. A la hora de mentalizar, la corteza prefrontal cerebral ejerce un papel de extrema relevancia. Esta área lleva a cabo múltiples funciones, de entre ellas: el control voluntario de la conducta, la inhibición de impulsos, toma de decisiones, orientación del comportamiento, y otros. Adquiere sentido que la consiguiente región cerebral se encomiende a la función de mentalizar. Comprender los estados mentales propios y ajenos, abordando la raíz de los mismos y actuando en consecuencia, conlleva orientar el propio ser hacia el entendimiento de lo real. En definitiva, activar esa corteza prefrontal.

A la hora de mentalizar, la corteza prefrontal cerebral ejerce un papel de extrema relevancia.

Otro personaje imprescindible en la ecuación es el sistema límbico, director de orquesta que lleva la batuta y saca a flor de piel el conjunto emocional. Cuando un niño llora sin cesar, se intuye que la activación emocional es alta. En este caso, la reacción inmediata que emana del sistema límbico posee enorme poder sobre el comportamiento. Se hace vital comprender y acoger la reacción. Sin embargo, el estancamiento en lo emotivo no es lo esencial y propio del hombre. En su naturaleza racional, espiritual e intelectual, el ser humano está llamado a comprender lo real, involucrando no solo el afecto, sino también el raciocinio y entendimiento. La gestión emocional no se limita a sentir de lleno esa reacción primaria generada por el sistema límbico. Va más allá. Requiere de la participación activa de la corteza prefrontal, región que, haciendo memoria, lleva a cabo funciones como el control voluntario de la conducta, toma de decisiones, inhibición del impulso… La consiguiente área reduce de manera significativa la activación del sistema límbico o emocional. Mentaliza aquel que es capaz de involucrar su corteza prefrontal en momentos de excesiva y primaria activación emocional. Aquel que es capaz de entender la propia y ajena afectividad de manera coherente y sensata.

Además, se incluye un tercer peón que puede llegar a entrar en escena. Se aprovecha de la inactividad o incapacidad de actuación de la corteza prefrontal. Es un “sustituto” implícito en la obra teatral. No a nivel funcional, pues no lleva a cabo su mismo papel. La actividad emocional, por tanto, de aquel que no es capaz de gestionarse o mentalizar será altísima. No ser capaz de comprender de manera sensata la excesiva emocionalidad y profundidad propia o ajena activa el rol de ese tercer personaje: el sistema de recompensa dopaminérgico cerebral. La excesiva emocionalidad no es regulada por la corteza prefrontal (al ser ésta incapaz), sino que es reducida por ese sistema de recompensa. La región en cuestión, por norma, sufre activación ante la presencia de estímulos gratificantes, ante los que segrega la llamada “hormona del placer” o clínicamente denominada “dopamina”. El sistema de recompensa, como bien manifiesta su nombre, compensa la excesiva emocionalidad, con la segregación de dopamina. Para dotar de valor práctico a lo teórico y facilitar el entendimiento, es vital aterrizar la afirmación.

Su cuerpo sigue pesando. Y su alma, llorando. Permanece apático. Sonríe, y aparca el asunto. Se distancia de su ser, centrándose en la banalidad de la existencia. Sale de fiesta. El placer que experimenta parece colmar ese colosal vacío, ese dolor. Pero “todo pasa, y no soy capaz de mantenerme en ese efímero momento”, concluye el joven. Cesa la aparente gratitud, y las tinieblas vuelven a perpetrar las entrañas del protagonista. Está encerrado. No sabe dotar de sentido a aquello que acontece en lo más profundo de su alma. Prefiere huir, y recurrir a experiencias intensas y fáciles. No sabe gestionar, pues no comprende su estado mental.

Nadie ha validado la experiencia emocional del joven. Aquel niño que expresó de manera desconsolada llanto y angustia cuando cayó de su bicicleta jamás fue mirado con amor. Jamás fue comprendido. Fue completa y enteramente anulado. Consecuentemente, no sabe a día de hoy gestionar o comprender el propio dinamismo afectivo, cognición y, en suma, esquema mental. Tampoco sabe aplicar su corteza prefrontal al entendimiento de situaciones ajenas.

Puede uno rescatar la siguiente idea y conclusión: la experiencia y vivencia del amor consolida la base de un desarrollo normativo y sano. Amar y ser amado. Ser amado y saber amar. Todo sobre la condición de un contexto en el que existe no exclusivamente un yo, sino también un . Este podría ser uno de los numerosos argumentos que sostienen la naturaleza y esencia social del ser humano. Con el otro, se arraigan aprendizajes y forjan maneras de comprender y proceder en el mundo. 

El amor lo posibilita todo. Ser amado, para amar. Amar y vivir. Vivir para amar.

Bibliografía

Merino, A. (2023). Psicoterapia basada en mentalización para el TLP. En Sánchez, F. (Ed.), Formación en Trastorno Límite de la Personalidad. Fundación AMAI TLP.

Santos De León, C. (2016). Estudio de la correlación entre el apego y la mentalización. 

Bowlby J. (1989). Una base segura. Aplicaciones clínicas de la teoría del apego. Buenos Aires: Paidos.

Bateman, A., & Fonagy, P. (2018). Tratamiento basado en la mentalización. Aperturas psicoanalíticas, 59(31), 1-22. https://www.aperturas.org/imagenes/archivos/cc2018n059a8.pdf

Bateman, A., & Fonagy, P. (2016). Tratamiento basado en la mentalización para trastornos de la personalidad. Desclée De Brower.

Una respuesta a “Apego y mentalización, pilares que sostienen las dinámicas emocionales y relacionales”

  1. Un fantástico artículo digno de publicación científica

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